14 octubre, 2016

CIUDAD LIMPIA: EL SIGUIENTE NIVEL

Desde que la gente empezó a agolparse en medio palmo de terreno para formar lo que hoy da en llamarse ciudad, el problema de la salubridad siempre ha estado presente. Y la verdad es que no deja de ser interesante cómo lo ha resuelto la civilización occidental en las diferentes épocas. Así que hoy voy a aburriros entrando en materia con un poco de historia. Historia que todos sabemos, pero que no viene mal recordar de vez en cuando para no olvidar quiénes somos.

Con permiso de Atenas, podríamos considerar que Roma era la gran urbe de los días antiguos. Allí el problema era más bien cosa de excrementos. Es verdad que la cultura de la higiene personal estaba más que bien implementada. No en vano, sirva de ejemplo, las termas eran un lugar de encuentro y actividad social. Sin embargo, era en la gestión de los excrementos donde se debía poner remedio, así que inventaron la Cloaca Máxima, un sistema de alcantarillado que recorría el subsuelo del Foro (aún puede verse) y desembocaba en el Tíber.

Cuando llegó la Edad Media se olvidaron algunas de estas costumbres. La higiene personal era una cuestión casual, y aunque hay debate que defienden una u otra razón, a mi entender tenía que tener alguna base cultural: tal vez pensaran que lavándose sus cuerpos estaban más expuestos a las enfermedades.

Pero centrándonos en las ciudades, podemos decir sin miedo a equivocarnos que eran auténticas ratoneras pestilentes. Detrás de unas murallas de piedra, la gente se apiñaba y excretaba donde podía. Los restos de comida, como la fruta podrida, se tiraban directamente a la calle. Y el servicio de basuras municipales no era más que un grupo de cerdos que pasaba a primeras horas de la mañana y se comía lo que pillaba. Aun así, no se alcanzaba un nivel un salubridad suficiente y la gente era presa de enfermedades fatales, tal vez apuntaladas por la ignorancia y el cerramiento de miras.

No es hasta el siglo XIX, cuando el éxodo rural propició la revolución del urbanismo, cuando se producen los avances más importantes en materia de gestión de excrementos. Se inventó la tubería, tanto de abastecimiento como los bajantes, y se empezaron a construir los primeros retretes implementados en una red de evacuación completa. Los descubrimientos científicos en materia de microbiología sentenciaron que el aseo era fundamental para luchar contra los agentes malignos causantes de enfermedades, lo que supuso un gran paso para que Europa pudiera respirar mejor.

Pero aunque la revolución industrial liberó el aire de los malos olores de nuestros desechos y sobacos, lo llenó de grandes columnas de humo, hollín, ruido y coches. Coches por doquier. Y hoy, siglos después, aún no hemos encontrado la fórmula para solucionar esos problemas. ¿Vivimos una nueva Edad Media en materia de contaminación, apuntalados por la ignorancia y el cerramiento de miras?

Tal vez los malos humos de las fábricas hayan encontrado una solución parcheada: veréis, he sido jugador del Sim City durante muchos años, y sé que hay que poner la fábrica lejos de las viviendas para que los ciudadanos no se quejen. ¡Qué demonios, incluso hay que esconderla donde nadie pueda verla! El problema ecológico sigue siendo enorme, pero tal vez se da una oportunidad a nuestros pulmones.

El problema más importante al que nos enfrentamos en nuestras ciudades actuales es la polución causada por las emisiones de los vehículos de combustión. Los coches, vaya. He hablado varias veces sobre cómo puede matar tu coche, pero creo que se hace obligado saber cómo están las cosas en materia de soluciones a este problema.

Lo cierto es que hay debate. Muchos hablan de la bicicleta, otros del transporte público, otros de coches eléctricos.

Sobre si la bicicleta es un medio de transporte adecuado habría mucho que decir. No me malinterpretéis, yo soy de esos que van en bici al trabajo, pero soy muy consciente de que hay muchos factores que matizan si su uso es o no apropiado. Basta con darse un paseo por Ámsterdam (ciudad que siempre se pone como referencia) para descubrir que semejante masificación consigue que eso de ir en bici no sea tan guay como se podría pensar. También puedes decirle a una persona que vive en una ciudad con un 40% de desnivel que use la bici, a ver qué te cuenta.

Sobre el transporte público también podría matizarse. Ojo, el transporte público limpio es un SÍ como una catedral. Es algo que tiene que hacerse desde YA, sin peros. Y sin embargo, existen esos peros. El gasto de las arcas, la obra pública para crear infraestructuras y la peatonalización de algunas calles es cuestión de la Administración, y su puesta en marcha requiere o bien de un grupo político concienciado (algo escasos en España), o bien de una presión social en esa dirección. Pero, ¿hasta qué punto está comprometido el ciudadano con este tipo de transporte público si no es capaz de desprenderse de su contaminante coche?

Tenemos que movernos. Nuestros transportes tienden a ser más rápidos, para que nos dé tiempo a hacer más cosas. Dejando a un lado si esto es conveniente o no, está claro que nos va a costar renunciar a un medio de transporte como el coche, que nos permite semejante autonomía, trasladar objetos e incluso recorrer largas distancias disfrutando del viaje y el entorno. Y sin embargo, es el causante de graves enfermedades, la contaminación, el ruido y el caos presente en nuestras ciudades. El dato: la Organización Mundial de la Salud estima que siete millones de personas mueren al año por la contaminación de las ciudades. El SIDA, considerada la plaga del siglo XX, mata cerca de dos millones. Yo llamaría a esto Pandemia.

¿Es el coche eléctrico la solución? 

Sin duda, el coche eléctrico es más compatible no sólo con nuestros intereses personales, sino con la deriva de las políticas energéticas de la UE, que tratamos en esta ya famosa serie de posts. Ya tenemos en el mercado coches híbridos, que podrían considerarse una transición. Pero, ¿está dispuesta la gente a comprar coches completamente eléctricos?

El pasado septiembre saltaba la noticia. En EEUU se ha superado el 1% de la cuota de mercado en compra de eléctricos. Esto parece ridículo a todas luces, pero en un mercado como el estadounidense, con una cultura tan anclada al coche, en sin duda un logro muy a tener en cuenta. De hecho, lejos de ser ridículo, es un dato histórico. 

Elon Musk, para mí uno de los visionarios del siglo XX-XXI y del que me declaro fan más absoluto, está consiguiendo que sus modelos de Tesla Motors se estén colocando como líderes del mercado. Y digo líder, porque las grandes marcas, las históricas del motor, ya se están subiendo al carro. Ford y Chevrolet están oliéndose el pescado: esto no es una moda, y no podemos quedarnos atrás. Las alemanas, con la crucificable Volkswagen y las referentes Audi o BMW tampoco han perdido el tiempo.

En Europa, la cosa va mejor. Los gobiernos se ponen las pilas. La dependencia energética es un asunto serio. En Noruega y Holanda, los más tajantes, se han aprobado leyes para alcanzar el objetivo de eliminar todos los coches con motor diésel en 2025. Alemania y Polonia seguirán su estela, fomentando el coche eléctrico y marcándose un objetivo de 1 millón de enchufables en sus carreteras para 2025.

Pero, ¿cuál es el problema de estos coches? ¿Por qué no se han lanzado ya al mercado de manera masiva, por qué no se ha acabado ya con el motor de gasolina? Podemos obviar el peso que tiene la industria petrolera en este aspecto, porque eso me daría para escribir otra serie de posts. Así que tal vez debamos enfocarnos en dos aspectos: el cultural y el de soporte.

Culturalmente pensamos que el coche de gasolina es mucho más potente. Parece ser que necesitamos más velocidad, aunque en nuestras carreteras nadie pueda superar los 120 km/h. Pues la creencia popular no es tan cierta como parece. Ya se han alcanzado velocidades cercanas a los 250 km/h en eléctricos, y los prototipos que vienen, prometen quemar más asfalto.

La autonomía es otro factor a tener en cuenta. De nada serviría un coche con el que sólo pueda viajar 2 horas y luego tener que recargarlo durante 7 horas. Pero la industria del coche eléctrico no va por ahí. Creedme. Ya sé que me sacaréis los colores hablándome del fail que fue el BMW i3, pero no es el caso. La autonomía es algo que se están tomando muy en serio. Empresas como LG ya han anunciado que van a meterse en serio en el mercado como fabricantes de baterías, cosa en la que ya tienen bastante experiencia.

El abastecimiento eléctrico es el punto menos mainstream del entramado, pero sin duda es el más importante a tener en cuenta, y quizás la principal causa de la ralentización. La propia Renault, fabricante del controvertido Twizy, ya ha hecho sonar la alarma de que tal vez no haya energía eléctrica suficiente en según qué ciudades para alimentar a todos los enchufables.

Si se requiere más energía, estamos casi en las mismas. Sólo una fuente energética autosuficiente sería capaz de soportarlo. Algo como . . . ¿las renovables? Sí, hamijos, the renewables. Así que podríamos decir, desde el punto de vista “verde” y económico, según la UE), que el desarrollo de la industria del automóvil eléctrico depende directamente del desarrollo de las energías renovables.

Ésta es una de las razones por las que se puede decir, sin miedo a equivocarse, que el desarrollo de las energías renovables es una de las soluciones de mayor peso a los problemas de polución de las ciudades, por encima de debates vacíos sobre qué medio de transporte es mejor o más saludable, aunque esto es, la mayor parte de las veces, algo evidente. 

El coche eléctrico no es un inventucho como la batamanta, una moda pasajera alimentada por una conciencia verde de perroflautas y rojillos que terminará pronto. Viene para quedarse, para progresar y hacernos progresar, como lo hicieron los coches de gasolina desde aquel famoso Modelo T de Ford. Pero en una línea muy diferente.

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1 comentario

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    Saludos

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