25 marzo, 2015

La huella de la esclavitud

No voy a detenerme en aclarar, quizá en términos filosóficos, qué tienen de ciertas las palabras dedicadas a la libertad de los pensadores que abanderaban la república francesa en los convulsos años de la Revolución, aunque no deje de ser curioso que para su enaltecimiento de los valores clásicos del Renacimiento, hayan dejado de lado el tema de la esclavitud, motor de las economías grecolatinas de la Antigüedad.

Aquellos como nosotros, adalides del pensamiento moderno, parece que observamos desde nuestro púlpito temporal lo bárbaros que eran los hombres de aquellas épocas pasadas: los latigazos de los capataces egipcios mientras los esclavos movían grandes piedras talladas para construir las gigantescas tumbas de sus amos; los patricios romanos tirando los despojos de su propia comida sobre sus cabezas para alimentar a sus sirvientes; los negros que sufrían torturas si su ritmo de producción descendía en los vastos campos de algodón de Carolina del Sur.

Pero no es algo tan lejano. En nuestra época, la esclavitud forma parte de nuestro día a día, de nuestro aquí y ahora. Echa un vistazo a tu alrededor. Tal vez no encuentres, a golpe de vista, productos que has comprado y que han sido elaborados por esclavos.

No, tú no quieres eso. Siempre que te enteras de que el origen de un producto procede de un entorno de explotación laboral, que realmente genera pobreza y precariedad, dejas de consumirlo. Buscas otro producto, ¿no es cierto? Piensas en ejemplos, como esos niños hindúes obligados a trabajar en las minas de mica para elaborar cosméticos, en las adolescentes chinas que trabajan sin descanso en los productos que más tarde salen al mercado con un precio muy bajo, o incluso en los africanos que cosen prendas de vestir hasta la extenuación por un sueldo con el que apenas pueden comprar el pan. De hecho, miras estas barbaridades y te parece que pertenecen a otro tiempo, a otra época, como los romanos y los egipcios, y que tú no tienes absolutamente nada que ver con ellos. Tú eres un consumidor responsable. ¿Estás tan seguro?

No desesperes. No estoy aquí para culparte de nada, sino para explicarte que no es tan fácil ser un consumidor responsable. Hoy en día, detectar la mano de un sistema esclavo en un producto es más difícil de lo que piensas. Incluso para el fabricante. En las cadenas de suministros de los proveedores se suele diluir la intervención de la mano de obra esclava, y no es complicado que pierdan su desgraciado protagonismo. Incluso aunque compres productos fabricados en tu propio país, provincia o municipio, es bastante probable que en algún paso de la cadena de producción se pueda encontrar la huella del esclavismo. Piensa, por ejemplo, en el algodón de tu camisa, en el metal de tu teléfono móvil. Pregúntate ahora, querido amigo: ¿cuántos esclavos trabajan para ti?

Made In a Free World ha desarrollado una herramienta que, básicamente, calcula ese número. A partir de una aplicación web y para smartphones, introduciendo como parámetro un determinado producto, es capaz de desgranar sus componentes y averiguar su procedencia, evaluando así el riesgo de intervención de la esclavitud en su cadena de producción. Atrévete. Calcula cuántos esclavos hacen tu día a día posible.

Pero Made in a Free World no creó esta aplicación para satisfacer nuestra curiosidad o hacernos sentir culpables. El objetivo principal es el de orientar a los fabricantes sobre el impacto que tienen los productos que sacan al mercado en términos de explotación laboral. Muchas empresas son capaces de entender que tú, como consumidor, rechazarías sus productos si estos tuvieran la huella del esclavismo en su cadena producción, y sin embargo no tienen la capacidad de averiguarlo. Quizás sólo una auditoría sería capaz de confirmarlo, pero sus costes muchas veces superan las posibilidades de una empresa.

Esta aplicación, Slavery Footprint, proporciona una herramienta útil, sin costes añadidos y veraz, para conocer los riesgos que produce una determinada actividad empresarial, a la vez que ofrece recomendaciones de cómo disminuir esos riesgos analizando diferentes proveedores e incluso proporcionando formas de mejorar. Son las empresas las que pueden cambiar las cosas, instando a un proveedor a abandonar una forma esclavista de actuar sobre el origen de los productos que suple, o simplemente zanjando sus relaciones con él.

Y tú, como consumidor, consciente de que este mal no es relativo a una época o lugar lejano, tienes el poder de determinar cuál es la huella de la esclavitud que tiene un producto y actuar en consecuencia.

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