La Unión Europea se enfrenta a una de las crisis más importantes de los últimos tiempos, en lo que a términos de unidad se refiere. Hace ya dos años desde que el éxodo masivo de los sirios ante la guerra provocó la llegada de millones de personas a las fronteras europeas. De cuando en cuando, nos llegan noticias, imágenes y datos sobre su situación. De vez en cuando, oímos a alguien decir que los crímenes, las violaciones y los atentados terroristas vienen de parte de los refugiados que dejamos entrar.
He pensado que la mejor forma de abordar el problema es hacer un resumen de la situación que tiene esta masa de personas en los diferentes países clave europeos. Cómo se les trata y qué expectativas tienen. Ya es septiembre en Goodbye, Mr. Burns, así que vamos a inaugurarlo con un artículo a medida.
Por último, tengo que decirte que el problema de los refugiados no tiene una fácil solución, porque entran a escena infinidad de factores. Por muy posicionado que esté yo o que estés tú, lo interesante aquí será tener datos suficientes como para generar una opinión sólida al respecto. Cosa que, particularmente, he descubierto que resulta muy difícil de encontrar.
1. ALEMANIA
Alemania fue el gran objetivo de muchas familias sirias. Mientras que en gran parte de los países de la UE se hablaba de deuda económica, en Alemania había cierta prosperidad. El resultado de eso fue que casi 1 millón de personas decidieran que el país germano era el sitio donde mejor les podrían acoger, tras atravesar las fronteras de otros tantos en una odisea casi homérica. La crisis humanitaria aceleró el establecimiento de compromisos internacionales de acogida (y sus respectivas sanciones por incumplimiento), cosa que países como España e Italia habían demandado en varias ocasiones debido a la llegada de pateras con inmigrantes subsaharianos. Pero esta vez, como la todopoderosa Alemania era quien abría la boca, se le hizo caso.
Además de endurecer las leyes de asilo, fue el adalid de la firma entre la UE y Turquía del llamado “pacto de la vergüenza”, mediante el cual el país musulmán cerraba las fronteras a los refugiados. Erdogan puso énfasis en que esta colaboración hacía que Turquía tuviera un importante peso en la UE, tal vez para allanar el camino en su deseada entrada en la comunidad política europea.
En Febrero de este 2017, Merkel presentó un plan para acelerar las deportaciones, que muchos piensan que iba dirigido a calmar los ánimos de la opinión pública por los atentados de Berlín y limpiar su imagen de cara a las próximas elecciones. El plan fue adoptado por otros tantos países. Ahora, ha anunciado ayudas de hasta 50 millones para ACNUR, destinadas a frenar los flujos migratorios en los países de origen.
Como dato de las últimas horas de este septiembre, hay que decir que Merkel ha declarado su intención de impedir que Turquía entre en la UE, lo que ya ha sido tildado de “racismo” por parte de Ankara. En Octubre, cuando se haga formal esta decisión, veremos si las condiciones del “pacto de la vergüenza” siguen en vigor, o hay represalias turcas usando a los refugiados como herramienta o más bien medida de presión política (una vez más).
2. TURQUÍA
Conviene empezar con una cifra aquí, para ponernos rápidamente en situación. Se calcula que, a fecha del pasado julio, hay más de 3 millones de refugiados sirios hacinados en campos de acogida. Los campos de acogida sirios son prácticamente lo que imagináis: contenedores transformados en casas, tiendas de campaña y naves o pabellones reconvertidos. Allí, millones de personas esperan ser reubicados o deportados, mientras la tensión social crece.
En la provincia de Hatay, justo en la frontera, el colapso ha sido brutal. La crisis humanitaria afecta a la economía, el empleo y los servicios sociales. Y sólo es el reflejo más crudo de un país, en el que el gobierno da tarjetas prepago mensuales por valor de 25€ a cada refugiado, para que compren comida o bienes de primera necesidad. Pero la integración de estas personas se hace imposible. Dentro de los campos, los refugiados se aíslan, y son rechazados cuando salen de ellos. Algunos declaran ser tratados como animales salvajes.
Turquía acusa constantemente a la UE de escurrir el bulto, críticas que se incrementarán si finalmente no se da luz verde a la inclusión del país en la comunidad. En lo económico, el argumento se traduce en casi 10 mil millones de euros en ayudas destinadas a los refugiados salidas de las arcas de Ankara, frente a los 450 millones que ha gastado Europa entera. Igual tienen razón estos turcos.
3. FRANCIA
El país galo, históricamente una república de tolerancia al inmigrante, de libertades y fraternidad (véase lo manido del enunciado), se convirtió durante el verano de los refugiados en una zona de tránsito. La mayoría de las familias sirias más atrevidas querían llegar al norte, a Suecia y a Reino Unido, y no reparaban allí. Sin embargo, la incapacidad de absorción de población sueca, la llegada del Brexit y la imposición de los acuerdos alemanes en materia de reparto de refugiados, han frenado drásticamente el avance migratorio sirio, que ha tenido que detenerse en suelo francés.
La tragedia humanitaria tuvo como gran protagonista Calais, ciudad desde la que se inicia la ruta hacia tierras británicas atravesando el Canal de la Mancha. Se hacinaron allí miles de personas en campamentos improvisados de insalubridad extrema, que las autoridades francesas tuvieron que desmantelar en más de una treintena de ocasiones, hasta su definitiva destrucción. Lo llamaban “La Jungla”.
Hoy en día, muchas familias han abandonado la idea de cruzar el canal, normalmente obligados a ello, y han regresado a París, donde la situación se está volviendo insostenible. Ya centenares de personas están viviendo en las calles de la ciudad de la luz y del amor, llenando las aceras de colchones y cualquier cosa con la que combatir el frío nocturno, haciendo sus necesidades en los parques y viviendo entre la basura.
Actualmente, el alojamiento para demandantes de asilo en Francia es capaz de albergar a unas 80.000 personas. En 2016, se detuvieron en el país galo alrededor de 91.000 personas en situación irregular, de las cuales se deportó apenas al 30%. Las medidas del país son crear alrededor de 7.000 plazas más para 2019, y acelerar la burocracia dedicada a las deportaciones. Las cuentas no dan.
Mientras tanto, en un pueblo del sur del país llamado Séméac, algunos habitantes han levantado, el mes pasado, muros para impedir el uso de hoteles como centros de acogida. Este gesto de rechazo no contrasta con el auge del Frente Nacional encabezado por Le Pen, que tantos titulares llenó hasta el triunfo de Macrón. Le Pen quiso cerrar fronteras. Menos mal que la mayoría de franceses no la escucharon.
Pero una buena parte sí.
4. GRECIA
Las mayores protagonistas del escenario griego son las islas del Mar Egeo que más cerca están de la Península de Anatolia. Samos y Lesbos, principalmente. Los pocos kilómetros de agua que la separan de Turquía las hicieron objetivo de los que querían pisar suelo europeo en el verano de 2015. No en vano, sólo a la isla de Lesbos llegaron 1 millón de refugiados.
Sin embargo, esos pocos kilómetros de agua resultaron ser muy peligrosos para las condiciones en las que viajaban los sirios. En pocos meses desde que se iniciara el movimiento migratorio, saltaron las alarmas en la isla para incrementar el espacio dedicado a dar sepultura a los cuerpos, pues el número de cadáveres aumentó tanto, provenientes de los ahogamientos durante viajes clandestinos, que los camposantos no podían asumirlos.
El cierre de la ruta del Mediterráneo Oriental por el pacto de la vergüenza ha frenado la llegada de refugiados, pero también ha dificultado en exceso la deportación. Así que, una vez más, la burocracia ineficiente consigue que cientos de miles de personas estén atrapadas en la isla, viviendo como ratas en vertederos, cementerios de coches, invernaderos y campamentos improvisados, o encerrados durante días en jaulas como canchas de baloncesto a modo de animales. No hay higiene, no hay ropa, no hay medicinas. Apenas hay comida salvo arroz. Y para colmo, la situación de pobreza extrema de los refugiados, que un país en bancarrota parece incapaz de abordar, está haciendo aparecer brotes de actividades delictivas como prostitución infantil o el tráfico de drogas. Para una población desesperada, todo vale para ganar algo de dinero con el que poder abandonar las islas.
Mientras tanto, grupúsculos pseudopolíticos como Amanecer Dorado, se ceban con estos ya castigados campamentos. Organizan incursiones en las que dan palizas a los refugiados o queman algunas de sus lastimosas infraestructuras. Y así tratan de normalizar el rechazo al refugiado, mientras alimentan su imagen en la escena política.
5. ITALIA
Italia es un punto clave de entrada a Europa por su cercanía y su expansión en el Mediterráneo. En sus costas confluyen tanto refugiados de la guerra de Siria como migrantes procedentes del África Subsahariana, animados por las mafias libias. Además, el cierre de la ruta Mediterránea Oriental por el pacto de la vergüenza, cortó el flujo hacia Grecia y colocó a Italia en primera línea.
La situación de los refugiados en Italia es parecida a la problemática griega. Mientras la situación se vuelve insostenible en el país transalpino, con centros de acogida y detención saturados desde hace meses, las autoridades italianas esperan a que el resto de países de la UE se dignen a cumplir los compromisos de acogida que Berlín puso sobre la mesa hace cerca de dos años.
Las protestas desde el gobierno de Roma hacia sus homólogos europeos son realmente enérgicas, y ante la indiferencia de estos, Italia está estudiando implantar una serie de medidas de impacto. Destacan entre ellas el cierre de los puertos de todo el país a barcos que no tengan la bandera italiana, o la proposición de que una embarcación que cruce el Mediterráneo pueda ser acogida por cualquier país de la UE con costa en él, no únicamente por el país al que llegue.
Por lo pronto, Roma ya ha elaborado un documento para indicar a las ONG cómo deben operar en sus aguas a la hora de prestar ayuda a los que lleguen desde el mar, y está intensificando la presión internacional agitando los ánimos de los países que ignoran los acuerdos de acogida.
6. ESPAÑA
Uno de estos países es España. En el momento de escribir este artículo, hace unas horas, la prensa nacional se ha congratulado por la aceptación en nuestro territorio de 92 refugiados procedentes de Italia. No-ven-ta-y-dós. Para las cifras que estamos trabajando, se trata de un gesto ridículo. Pero, ¿cómo afronta España este compromiso? En poco tiempo, se disparará el mecanismo sancionador de la UE para los que lo incumplen. ¿Asumimos más deuda entonces?
Una posible solución la ha puesto sobre la mesa una de las provincias más inesperadas del territorio español: Valladolid. La Diputación ha encargado un estudio a la Universidad de Valladolid para evaluar cómo de viable es repoblar los pueblos de la zona con miles de refugiados. Muchísimos pueblos han perdido la escuela por falta de niños, o en sus calles y casas sólo pueden encontrarse jubilados. La cifra es escalofriante: el 80% de los pueblos de la provincia están en riesgo de quedarse sin menores de edad.
Así que suelo y cierta infraestructura hay, el caso es analizar dos puntos clave: la actitud del mundo rural ante esta llegada y la implantación de un plan de desarrollo económico para estas personas, que evite que los pueblos se transformen en guetos.
La medida podría ser estudiada por muchos otros municipios de la geografía española, cuya población rural es cada día más escasa. ¿Hasta cuándo podemos hacernos los suecos con esto de acoger refugiados?
7. SUECIA
Más allá de incluir a Suecia para provocar un comentario jocoso con respecto al final del punto anterior, considero que, si bien no es clave, el conocimiento de la situación sueca es importante.
El país nórdico tiene una larguísima tradición de acogida, cuyos orígenes casi podríamos decir que son culturales. Los pueblos nórdicos consideraban, ya desde la antigüedad, que ser un mal anfitrión hacía enfurecer a los dioses. No en vano, la solidaridad era algo fundamental para luchar contra las condiciones glaciales.
El foco de atención se puso sobre Suecia cuando Trump dijo que los refugiados poco menos que estaban sumiendo al país nórdico en un anticipado apocalipsis. La estúpida declaración hizo que las propias autoridades suecas salieran a escena para desmentirlo de inmediato.
El problema real en Suecia es la cantidad de refugiados. Más de 160.000 personas llegaron a sus fronteras, el nivel per cápita más alto de toda la UE. En algunos suburbios de las escasas grandes ciudades del país, el 80% de la población es refugiada, está poco preparada para el especializado mercado laboral sueco, y no conoce el idioma. De esta forma, se aíslan de lo que les rodea.
Las autoridades suecas no consideran que el asesinato de una asistenta social en un centro de acogida o el atentado terrorista en Estocolmo deban abanderar la situación de la inmigración en su país. Sin embargo, la percepción de los refugiados está cambiando. Ya no se te etiqueta de xenófobo si criticas las políticas del país en materia de inmigración, que fluctúan entre las deportaciones masivas o la tramitación acelerada de asilo.
Como medida de choque, Eriksson ha anunciado la creación de nueve ciudades con capacidad para 10.000 personas destinadas a alojar a los refugiados. La medida ha sido acogida con cautela, aunque va acompañada de un plan económico que unos tildan de frágil y otros de ejemplo a seguir.
Se busca darles un hogar, como en España.
¿Nos hacemos los suecos, entonces?