Esto era el rey de la selva que va y se muere, y se presentan para sucederle (sí, en esta selva hay monarquía democrática) un mono, un elefante, un rinoceronte, un cocodrilo y una piraña de río. Se reúne un comité de animales y decretan que todos los aspirantes tendrán las mismas posibilidades de erigirse con el reinado. Para ser equitativos, todos los animales tendrán que superar la misma prueba, y el que lo haga más rápido, será el vencedor. La prueba es, concluye el comité, subirse a la rama más alta de un árbol.
Tal vez pienses que es un mal chiste. Sin embargo, en España es una realidad.
Muchos nos quedamos de piedra cuando una letrada, en el juicio por el Caso Nóos, aseveró que la frase “Hacienda somos todos” no es más que un eslogan publicitario. Hasta ese momento, tal vez fuera una verdad incómoda. Pensábamos que los que eludían los impuestos eran los cuatro o cinco listillos que hacían gala de alguna argucia legal. Pero resulta que no, señores. Que esto de que las grandes empresas no paguen impuestos es una cualidad sistémica.
¿Me estoy pasando? De acuerdo, mira este dato: el 95% de las empresas IBEX 35 tienen empresas en paraísos fiscales (Excepto Indra). Así que no son cuatro o cinco, son la inmensa mayoría.
Reconocer que “Hacienda somos todos” es un eslogan, es reírse en tu cara. España es el segundo país más desigual de Europa en estos términos. Según declaraciones del propio Presidente de Gestha, estamos hablando de 144.000 millones de euros al año que son ocultados por las empresas aprovechándose del secreto bancario o la mala comunicación entre países.
Pero tú, lector insaciable de Goodbye, Mr. Burns, no tardarás en preguntarte qué relación hay entre la denuncia de esta mala, malísima práctica empresarial con el ámbito de la RSE que tratamos en el blog.
La respuesta es que cualquier política RSE resulta baldía, insuficiente e incluso hipócrita si se evaden impuestos. Este es uno de los principios fundamentales de la Responsabilidad Social en la buena gobernanza corporativa.
Pero ojo, no estoy hablando únicamente de prácticas de greenwashing específicas, como campañas puntuales en colaboración con ONGs y otras entidades sociales, sino incluso de empresas comprometidas con el RSE en un formato estructural.
Para una multinacional, por ejemplo, una campaña de recaudación de dinero para una ONG supone un esfuerzo económico muy moderado, mientras que el lavado de cara a nivel mediático y con vistas a una manida memoria RSE resulta más que satisfactorio. Las ganancias propuestas en la campaña irán a parar a las arcas de la ONG, que gestionará el dinero como le sea posible para mejorar las condiciones del área en el que pretende incidir positivamente.
Aplausos, alguna medallita, orgullo empresarial y buen rollito generalizado. Pero luego no pago impuestos. Luego me dan igual los recortes en educación, sanidad y el resto de pilares del estado de bienestar. Si la gente se muere por no tener una cobertura sanitaria satisfactoria, un lugar en el que dormir o un plato de comida que llevarse a la boca, mala suerte my friend. Me río a carcajadas cuando los Gemeliers quedan como disminuidos ortográficos en un concurso de la tele, o leo las cifras de fracaso escolar pensando diablos, qué tonta es la gente. Cambio de canal cuando me cuentan que otra pequeña empresa ha quebrado por la mala calidad de la gestión directiva y económica y me vanaglorio de que soy un auténtico tiburón. Trato como pordioseros a los que mendigan subvenciones en las vacías arcas del Estado. Y me dan igual las leyes de transparencia, porque soy transparente con el dinero que no evado.
En el mundo empresarial, las leyes de la oferta y la demanda muchas veces están emponzoñadas por malas prácticas. Una empresa extremadamente competitiva esconde una realidad incómoda que suele atentar contra los principios básicos de la RSE. Hemos visto muchos en Goodbye, Mr. Burns, como el esclavismo laboral, pero esta forma de tratar el dinero no se queda atrás. Tal vez esté socialmente más aceptada, enmascarada como un acto de depredación, de perspicacia e incluso inteligencia. Pero es tan turbia como las demás.
¿Por qué destinar tu dinero a paraísos fiscales? Por ejemplo, es una forma genial de obtener dinero negro para tratos con terceros de forma clandestina, ya sea dando comisiones a empleados del gobierno, arreglando cosillas con entidades ilegales y un largo etcétera de aplicaciones sórdidas que se me ocurren y que no voy a publicar hoy aquí. Seguro que a ti se te ocurren unas pocas.
Pero escucha: también es una forma de competir en el mercado de manera injusta. Una PyME, con su política de RSE bien implementada y sus ganas de hacer bien las cosas no puede competir con una multinacional. Por ejemplo, en un concurso público siempre triunfará la empresa grande porque si es capaz de ahorrarse los impuestos, puede reducir los márgenes de beneficio y vender su producto más barato. Esto lo entiende hasta un castor de Wisconsin.
Y me pregunto si ese dinero que Hacienda ni huele servirá para que los grandes directivos se compren caros trajes con los que sacarse fotos recogiendo premios por su dedicada labor en el campo de la Responsabilidad Social Empresarial.
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