El Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes de Barcelona ha lanzado hace nada unas zapatillas bajo una marca propia. Y han tenido los redaños suficientes como para llamarlas Top Manta. La irrupción de la marca ha sido un éxito total. ¿Qué? ¿Cómo? Echa un vistazo al vídeo aquí.
Esta nueva iniciativa ha hecho reaccionar a una ya de por sí molesta comunidad de comerciantes que ve en el nacimiento de esta nueva marca una forma de intentar que el público, y quién sabe si las instituciones, sean más permisivos con la venta ilegal.
La realidad, a la que puede accederse fácilmente si una tarde te das una vuelta por el paseo marítimo de casi cualquier ciudad catalana con cierta importancia turística, es que la venta ambulante está ahí. Y con la temporada estival, el número de puestos parece multiplicarse.
Lo cierto es que resulta complicado pedirle a un comerciante, de los que tienen un local y pagan un alquiler y unos impuestos, que cumpla todas las normativas cuando a pocos metros de su puerta la competencia desleal diluya la atención de los clientes sobre su negocio. Tienden entonces a quejarse airadamente aludiendo a cuestiones de mala imagen que causan a la zona turística, e incluso a riesgos de salud pública. La propia policía local ha desarrollado en Tarragona, en Calafell y El Vendrell, una campaña de concienciación sobre lo peligroso que es comprar en el top manta. No sólo para el consumidor, sino para la economía del país.
Los manteros reconocen que su práctica es ilegal, saben del daño que hacen, pero también reconocen que les reporta más beneficios que, por ejemplo, trabajar en el sector de la agricultura. Si se han venido a España a ganar dinero, ¿es una locura entonces que no quieran ir a Murcia a recolectar pimientos? La mayoría de las personas que se dedican a este ejercicio no ha nacido con semejante vocación, ni siquiera ha visto este tipo de comercio en su país. Son una consecuencia de una sociedad que ha permitido que exista un colectivo como éste.
El gobierno del Partido Popular era mucho más agresivo en su empeño de terminar con esta práctica, mientras que los grupos nacionalistas y la formación de Colau son mucho más permisivos. De hecho, en Barcelona, el colectivo de vendedores ilegales ya ha iniciado campañas para intentar cambiar la perspectiva penal de su actividad.
Como en el juego de la cuerda, unos tiran para un lado, otros tiran para el otro. Que gane el más fuerte. Y en medio de todo, aparece la marca de zapatillas Top Manta. Una marca con una comunicación sincera, que no esconde que llegaron en cayucos, que no esconde que huyen de la policía y que son ilegales. Una forma de intentar hacerse un hueco en las reglas del juego de la sociedad de consumo.
De nuestra sociedad.
En las aceras de Cataluña, en los paseos marítimos que recorren el litoral mediterráneo de norte a sur, se encuentran separados por unos pocos metros dos mundos muy diferentes, que en la realidad geopolítica del planeta están separados por kilómetros de mar y desierto.
Yo no veo que las personas de nuestro mundo ignoren que exista un mercado de falsificaciones. Los veo aceptarlas, comprarlas. Lo que me digan las instituciones, lo que ellas consideren que es legal para apuntalar su verdad, no se corresponde con lo que se ve ahí fuera.
Y lo que se ve no es más que un grupo de personas que quiere considerarse clase media, que compra falsificaciones quién sabe si para aparentar cierto nivel social o por ser víctimas del más vil consumismo. Personas que llegan mal a fin de mes, que atestan las tiendas de fast fashion y que tienen problemas con el recibo de la luz. Personas que, a pesar de pertenecer a un grupo social empobrecido, a una sociedad precaria, hacen que este movimiento no pare de crecer. Que está más allá de qué gobierno o qué ley actúe.
La venta ambulante no es más que un movimiento transformatorio que sólo puede asumirse cambiando la perspectiva. No hay que apoyar a unos o a otros, sino generar políticas sociales inteligentes que sean capaces de cubrir a los dos.
La marca Top Manta podría catalogarse como un ejercicio de innovación social pura. Usan las leyes del mercado y las utilizan para dignificar su trabajo y ganar más dinero.
Criticar esto no es más que otra forma de competencia desleal.