Si tuviera que apostar por una forma de comercio en el futuro, sin duda lo haría por el comercio personalizado. El concepto de “voy a abrir una tienda, y voy a esperar a que entre la gente”, poco a poco va quedándose atrás. La tendencia de consumo parece acercarse a una forma más personalizada, que haga al cliente completo protagonista y que huya de los estándares. De hecho, esa es la impresión que se tiene cuando uno compra por internet. Hace su búsqueda específica, y encuentra el producto más apropiado de forma rápida y sin trasladarse.
Hay quien dice que la venta online acabará con los negocios físicos. Si esto es así, tal vez sea una oportunidad de dar un poco de humanidad a las ciudades.
Pocas cosas evidencian tanto esta personalización, este cambio en el concepto de la obtención de un producto como una impresora 3D. Su ascenso parece cada vez mayor, y si su uso consigue explotar y se extiende al común de los mortales, se puede alcanzar un nuevo hito. Porque, ¿qué pasaría si cada persona fuera capaz de diseñar lo que necesita e imprimirlo en casa? Si sumamos esto al posible autoabastecimiento energético del que tantas veces hemos hablado en Goodbye, Mr. Burns, ¿estaría comprometida la sociedad de consumo? Pregunta sometida a un profundo debate, lo admito, y sobre la que no sé si está permitido frivolizar.
Hoy vais a permitirme soñar un poquito, ponerme el traje de sci-fi, y encontrarle aplicaciones a esto de las impresoras 3D capaces de cambiar el mundo.
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Imprimir una casa. Aunque no son maravillas arquitectónicas (ni tampoco las de mi barrio), la impresión de viviendas ya es una realidad. Hace algunos años, la empresa china WinSun llenó titulares con la construcción de casas, y hoy en día muchas otras empresas se han subido al carro. Ejemplo de ello es Lewihe, una empresa española que mantiene un proyecto para fabricar impresoras 3D más versátiles para esta misión. ¿Cómo cambia esto el mundo? El material que se usa para la construcción de estas casas no es otro que cemento y materiales reciclados de otras casas. Podrían acabarse los escombros, los barrios y pueblos fantasma con casas abandonadas. Una mala planificación urbana, un aeropuerto construido para blanquear dinero, una sucursal de banco, podría demolerse y transformarse en un grupo de viviendas dignas levantadas en el lugar adecuado. ¿Tentador?
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Coches. Las ventajas de imprimirse un coche no se reducen simplemente a crear tu propio diseño (¿cuántos DeLorean veríamos por las calles?). Utiliza plástico y fibra de carbono como material, y lógicamente, es reciclable. Si a esto le pones un motor eléctrico, tienes el coche más limpio jamás creado. Aunque la empresa Local Motors fue pionera en esto de la automoción imprimida con su cuestionable modelo Strati, tanto Kor Ecologic como Strakka Racing han entrado pisando fuerte en el mundillo. El primero trabaja en los Urbee, modelos eléctricos pensados para el transporte urbano autónomo. El segundo, equipo vencedor de las 24 horas de Le Mans, ya ha sido capaz de desarrollar un coche de carreras que alcanza más de 300 km/h. ¿Piensas en los motores? Nada que no pueda solucionarse. La empresa Desktop Metal produce piezas en sus impresoras usando como material una aleación de acero.
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Comida. Lo cierto es que no soy excesivamente partidario de imprimir comida para el consumo diario. Sin embargo, para ciertas situaciones, podría ser una solución más que asumible. ¿Qué situaciones? Antes, hablemos de dos empresas muy destacables que se dedican a esto de imprimir comida. La primera es Natural Machines, española, que trabaja con la impresora Foodini. La idea es hacer puré de tus propios alimentos frescos, para luego imprimirlos con la forma que quieras. La segunda es Beehex, quienes basan su producto en la decoración repostera y en la síntesis de complementos alimenticios en pequeñas pastillas que se imprimen, proyecto subvencionado (por cierto) por el Ejército Norteamericano. Y aquí es donde entran las situaciones que os comentaba. Tal vez nadie quiera comerse un chuletón del tamaño de una pastilla de ibuprofeno salvo los rudos marines americanos. Pero para situaciones de emergencia humanitaria, ¿podrían unas decenas de impresoras producir comida y suplementos en destino, sin necesidad de llevar a cabo una operación logística y de almacenamiento tan abrumadora que haga a los gobiernos dilatar su intervención o mirar para otro lado?
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Medicinas. Algo muy parecido sucede con las medicinas. Podría suponer el fin de la industria farmacéutica tal y como la conocemos. Sí, hablo de esa pseudomafia o pseudomagia. Es cuestión de una letra. Una impresora dedicada a imprimir medicamentos personalizados, que se ajusten a las necesidades de los pacientes en cuanto a composición y cantidad, podría acabar con esa bolsa de medicamentos caducados que guardamos en un cajón, o simplemente con nuestras visitas a la farmacia. ¿Y con nuestras visitas al médico para “repetir”? Mande usted la receta a casa en un email e imprímase las pastillas, caballero. Si hablamos de los problemas asociados a la llegada de medicamentos específicos en el Tercer Mundo, encontramos aplicaciones muchísimo más interesantes.
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Prótesis y material médico. Es innegable el valor que una prótesis imprimida puede dar a un paciente que lo necesite. Por lo general, es cierto que nadie espera perder un miembro o nacer con alguna deficiencia, y nadie se compra una impresora 3D para esto. Sin embargo, y volviendo al tema de las crisis humanitarias como la situación de guerra del África Subsahariano (donde el profuso uso del arma blanca deja decenas de amputados), una de estas máquinas podría eliminar los escollos con los que grupos como Médicos Sin Fronteras suelen encontrarse. Almacenamiento y transporte de instrumental, tiempos de espera, bloqueo de fronteras. Prótesis, implantes, material quirúrgico para llevar a cabo operaciones. Todo con una simple máquina.
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Órganos humanos. A día de hoy, aún es ciencia ficción. Pero la teoría dice que esto saldrá adelante muy pronto. Es, simplemente, magistral. Utilizando células madre, puede componerse un órgano artificialmente para reemplazar el deteriorado. Adiós a las listas de espera agónicas, a los graves efectos secundarios como el rechazo del paciente y, por qué no decirlo, al tráfico de órganos. A las dudas éticas e injusticias morales que arrastra todo éste, a veces sórdido, procedimiento.
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Ropa. Parece que hablar de moda después de comentar las posibilidades de una impresora 3D en materia de salud es una frivolidad. Sin embargo, nada más alejado. Imaginaos esta situación: boda. Me imprimo un traje gris con corbata roja, bajándome los bocetos de una página de internet. Llego a casa, lo reciclo, y con el material que obtengo me imprimo un polo gris con ribetes rojos, para ir el lunes a trabajar. ¿Supondría eso terminar con la industria de la moda y con la fast fashion? Sigo soñando, lo admito. Pero el impacto mediambiental positivo sería tan alto, que seguro que la Tierra al fin respiraría tranquila. Hoy por hoy, las calidades de los tejidos que se obtienen con una impresora 3D son bastante lamentables. Sin embargo, se sigue trabajando en mejorar las fibras que la componen. Si hay empresas como Ecoalf, que están transformando botellas PET en tejidos de altísima calidad, la situación que os propuse podría no ser tan descabellada.