Esto se muere

Os propongo hoy un post para lectura en la piscina. Pero bajo la sombrilla, para no calentarnos demasiado la cabeza. Os estoy avisando. Luego, no me vengáis con lloriqueos.

Los calores veraniegos están complicando la salida del laberinto político en el que está metido España. La sombra de las terceras elecciones parece cada vez más alargada. La gente pierde la fe en la democracia. Mientras el país vota una cosa, te pese o no te pese, los partidos intrigan para que el resultado final sea el que ellos quieren. Yo mismo, que presumía de gozar de una conciencia política bien nutrida, empiezo a plantearme si esto funciona. Sin caer en devaneos anarquistas, ni mucho menos, voy a decirte por qué creo que no.

El sistema de ordenamiento civil que ha empleado la humanidad para llegar hasta donde estamos ahora ha tenido diferentes etapas, más o menos comunes en todos los continentes, si tenemos en cuenta que las coincidencias no se han producido en el mismo periodo de tiempo. Siempre una minoría ha gobernado sobre una mayoría, y esa minoría se ha establecido en el poder, según el momento, utilizando diferentes criterios. De esta forma, podemos encontrar líderes tribales que resultaban ser los más fuertes y hábiles con la lanza, personas elegidas por el capricho de los dioses para gobernar, terratenientes que podían acceder al senado, reyes que heredaban su condición por vía paterna, hábiles comunicadores de la fe, emperadores que conquistaban territorios a civilizaciones menos avanzadas y tipos con gran carisma que son capaces de reclamar y atrapar la atención del pueblo.

En nuestra civilización, cada época ha tenido su propio sistema. Con la llegada del Renacimiento y la Ilustración llegó el fin del oscurantismo medieval. La fórmula 13-14 aristocracia + religión empezó a renquear, y comenzó a mirarse hacia los antiguos métodos grecolatinos de gobierno. La 13-14 perdió fuelle (todavía hoy tiene algo de fuerza, aunque no es comparable), y poco a poco fue viendo  la luz una nueva configuración política basada en una versión de aquella democracia de la Antigüedad que tanto parecía molar, sobre todo después de la llegada al mundo de los EEUU.

Los ecos de la Declaración de Independencia resonaron en Europa con fuerza dependiendo del momento histórico, mientras la llegada de un nuevo paradigma organizativo de la sociedad, basado en el imperialismo colonial y la revolución industrial asomaba la cabeza. El progreso venía para quedarse. El mundo estaba cambiando a gran velocidad, y sus vientos no cesaron hasta que la llegada de la Gran Guerra lo transformó todo de un solo golpe. La sociedad, las fronteras de los países y sus sistemas políticos dieron un giro copernicano, llegando a consolidarse en la gran brecha que fragmentara el mundo entero después de 1945: el famoso Telón de Acero.

La consolidación del comunismo y su posición frente al capitalismo nos devolvió dos mundos, empeñados unos y otros en demostrar por qué son mejores que su rival. Eliminando a los dictadores de la ecuación, metiendo a la democracia en la probeta y suavizando las dosis de esas políticas antagónicas en formas menos agresivas, nos queda una fórmula de democracia + partidismo (izquierda Vs. derecha), frente a aquella de aristocracia + religión.

Y no es casual que “partidismo” ocupe el mismo lugar que “religión” en la fórmula.

Ya veis, una lecturita ligera para el verano, ¿verdad? Son cosas que todos sabemos, pero conviene tenerlas presentes para continuar leyendo. Dicho esto, parón para comer algo y sigamos.

Entre la amalgama errática nacionalista, los partidos políticos mayoritarios que caminan por la España actual, no parecen ser sino versiones más light y más extremistas dentro de la izquierda y la derecha de toda la vida. Las versiones más moderadas parecen no contar con el beneplácito de las mayorías por su tibieza, aunque las posturas radicales de sus réplicas extremistas tampoco parecen gustar al personal. Llegamos entonces a un cero patatero.

Cualquier iniciado en matemáticas comprende entonces, que teniendo 4 partidos que son como 0+0+(+1)+(-1)=0, obtenemos un “ni para un lado ni para el otro” de órdago. Los nacionalistas, que para mí son como un delantero avispado en el área del rival, quieren multiplicar ese cero. . . o dividirlo. Según se mire. Y en ese punto muerto estamos ahora mismo.

Muchos pueden pensar que esta situación estática se debe al tradicional chabacanismo del que se acusa a la sociedad española, extendido a la casta política. Yo no lo creo. Yo creo que un pueblo bañado por el Mediterráneo, por el Cantábrico y por el Atlántico no puede ser inmóvil, y lo que pasa aquí no es más que un síntoma del deterioro de esta fórmula democracia+partidismo.

Socialismo y capitalismo están obsoletos.

Como capitalismo, no se puede crecer de manera descontrolada generando riqueza a toda costa, principalmente propiciando la aparición de mayores diferencias sociales, altas cotas de contaminación y la destrucción sistemática del medio ambiente, y por tanto, de nuestro hogar. El socialismo no es más que el capitalismo en este sentido, ya que surgió para dar respuesta a problemas sociales basados en la colectividad y la igualdad de la sociedad, principios que resultan tan artificiales a la naturaleza humana que las veces que ha funcionado ha sido a base de imposición y sacrificio de la clase social que precisamente debía proteger.

Como formas políticas, me cansan. Me aburren. Tuvieron su momento, como el bruto de la maza que gobernaba a los de la tribu, o el obispo corrupto que intrigaba en Roma. Escucho quejas sobre la falta de interés de los jóvenes por la política, y los resultados derivados de ella en casos como el Brexit o las elecciones españolas. Que “están cazando Pokemons” en lugar de estar yendo a votar. No amigo, no es que la nueva generación sea idiota. Es que tu forma de gobierno agoniza, es viejuna.

Una nueva forma de sociedad está llegando, y requerirá nuevas formas de política y ordenamiento civil. Y no te hablo de anarquía, como ya te dije, ni soy precisamente un adalid de la teoría del decrecimiento. No te hablo de consumir menos para estar más en sintonía con la naturaleza ¿Acaso la solución es ser más pobre? ¿Desde cuándo ser pobre es guay? De lo que hablo es de hacer las cosas con cabeza. De innovación social.

Llevar a cabo una actividad económica que no se cargue el medio ambiente, o que mantenga a los trabajadores contentos y orgullosos de pertenecer a ella no es cuestión de derecha o izquierda, es un ejercicio básico de sentido común. Cualquier otra manera de hacer las cosas no es sino tirarse piedras al propio tejado.

Asimilar todo esto lleva su tiempo, pero poco a poco lo estamos entendiendo. Ni la derecha ni la izquierda van a convertir tu empresa en una empresa sostenible, ni te van a dar subvenciones, ni ayudas. En un mundo cada vez más globalizado tu nombre te precederá, así como tus buenas o malas prácticas empresariales. El consumidor tiene un poder casi absoluto para decidir quién va a quedarse en la trama, y a quién va a defenestrar. Ahí está la auténtica democracia, no sujeta a intrigas, ideales, pactos, corruptelas o caprichos políticos.

El partidismo agoniza. Mientras aparecen partidos de centro moderados a los que nadie hace caso, o las posiciones se radicalizan en torno a un nacionalismo férreo o una revolución obrera para llamar la atención de la masa, la sociedad presta cada vez menos atención a la política. “Hagamos ruido, que esto se muere”. Nos queda cada vez más claro que una ideología no va a ayudarnos a salir adelante. Ni a nosotros, ni a nuestros padres, hijos y vecinos, ni a nuestro planeta.

Pero solos, caminaremos.

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