ignorancia voluntaria

Es muy de español arreglar el mundo en la barra de un bar, y yo no iba a ser menos. Sentado en la pequeña mesa de un local de luz tenue, detrás de una copa de vermú barato, hablaba el otro día con una amiga sobre cosas que le indignan a uno. Tonterías del día a día.

La conversación fue subiendo un poco el nivel, y tocamos temas de esos que me gustan a mí: de cómo cambiar las cosas. Pero claro, para cambiar algo, primero debes identificar dónde está el problema. Semejante obviedad puede resultar insultante al lector, sobre todo si le pregunto: ¿de verdad eres capaz de identificar el problema?

Las cosas deben cambiar, y eso es un hecho. Pero también es un hecho que van a cambiar de forma irremediable. La cuestión debería ser si podemos lograr que ese cambio sea positivo. Pero en lo que realmente debemos incidir es en la gestión de nuestras expectativas, teniendo en cuenta nuestras capacidades.

Me decía esta amiga que evita ver documentales que muestran realidades brutales, muy crudas, porque su carga de negatividad aumentaba tanto que prácticamente perdía las expectativas, las ganas de vivir. Uf, perder las ganas de vivir son palabras mayores.

¿Para qué ver “Amazonas Clandestino”, el genial reportaje periodístico de Beriain, si podemos disfrutar con la realidad edulcorada y divertida que olvida el terrible daño a la naturaleza con “La fiebre del oro”?

Ignorancia Voluntaria llaman a este efecto. Muy comprensible, por una parte. Muy humano, por la otra. La descarga de placer que se alcanza al conseguir un objetivo sin pensar en las consecuencias: al ascender en un puesto de trabajo perjudicando a otra persona, al ser infiel a tu pareja, al acelerar más de lo debido en la carretera, al consumir un producto con propiedades cancerígenas, al comprar. . .

Sí, al comprar.

Según los estudios de Ehrich e Irwin sobre toma de decisiones e ignorancia deliberada aplicada al marketing, si un producto indicara en la etiqueta poco valor ético como pudiera ser el hecho de que durante su producción se hubiera hecho uso del trabajo infantil, afectaría a las decisiones del consumidor pero no inclinaría la balanza lo suficiente como para no comprarlo. La ignorancia voluntaria ha actuado.

La industria de los minerales como el oro, destrozan miles de hectáreas de entornos naturales imprescindibles para nosotros como el mismísimo Amazonas. Por todos es sabido que el cobalto, producto estrella en material informático y la fabricación de coches, utiliza mano de obra infantil. La industria textil machaca vidas transformando a familias enteras en esclavos modernos que nacen, crecen y mueren con aguja e hilo en la mano. La industria alimentaria hacina miles de animales en lugares reducidos y los ceba con antibióticos y piensos de procedencia espantosa. Son sólo unos ejemplos de los que ya he hablado, aunque aún queda mucho por decir. Seguro que a ti se te ocurren más. Está ahí, en tus narices. Pero muchas veces se activa este mecanismo de defensa que nos hace permanecer ciegos.

Casi más interesante es el estudio de Irwin, Zane y Reczek, algo que os sonará a los lectores de GoodbyeMr.Burns. O eso quiero pensar:

Los tres investigadores concluyen que los consumidores que por este mecanismo ignoran deliberadamente los atributos éticos de un producto, menosprecian a los consumidores que no lo hacen y los ponen en valor. Lo que en mi barrio se llama: ese es cochino un perroflauta. El estudio dice que la raíz de este menosprecio no es más que la ratificación de ese mecanismo de defensa. Ya véis, compis, que se puede discutir hasta la muerte sin tener la razón.

Para las empresas, esto ha sido un business hasta ahora. Sabiendo que los consumidores consienten, ¿para qué preocuparse en cambiar nada? ¡A seguir explotando niños! ¡A reventar ese maldito bosque! ¡Cose más rápido, maldito hindú, o te quedas sin comer hoy!

Pues porque las cosas tienen que cambiar a mejor. Debemos consumir de manera ética, reforzar esta tendencia al alza y estas conductas en las empresas. No mires si no quieres, pero consume productos con certificados éticos válidos, que aseguren que su cadena de suministros está limpia. Pon en valor esta actitud y las propias leyes del mercado harán el resto. Obliguemos a las empresas a que se transformen en empresas sociales.

Quizás estés pensando que todo está corrupto, todo está intoxicado, todo está podrido; así que para qué luchar, para qué comerte la cabeza eligiendo qué producto comprar. ¿Lo piensas? Vuelve a actuar la ignorancia voluntaria. Hoy por hoy, en este mundo globalizado donde la información fluye en tiempo real y está  prácticamente a tu alcance, no es difícil seleccionar la propuesta más ética. Por lo menos en eso no te engañes.

Y ahora, sigue disfrutando de tu vermú.

Algunos ejemplos son:

  • Fairtrade: Este sello garantiza que los productos que tu compras han sido pagados a un precio justo a sus productores, promoviendo su mejor nivel de vida y progreso.
  • Rainfores Alliance: Esta ranita tan mona nos confirma que el producto que consumes (té, chocolate, muebles, ..etc.) no ha deforestado bosques o selvas para que lo tengas en tus manos.
  • Certificaciones ecológicas: Aquí un resumen de la típica certificación que te encontraras en los huevos, lecha y demás productos que compres en la UE.
  • B Corp: Ya he hablando antes de ellos, pero en resumen, cuando ves este sello sabes que la empresa que tienes delante tiene como objetivo generar un impacto social positivo.
  • 1% for the Planet: En España es difícil que veas este sello, pero si te mueves por Norteamérica lo podrás encontrar. Este sello certifica que al menos el 1% de las ventas se invierten en diversas causas sociales, medioambientales y humanitarias.
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