Es verdad que cuando hablamos de la palabra industria, automáticamente se te viene a la cabeza la imagen de una fábrica, con sus altas chimeneas, escupiendo humo, coronando sus tejados triangulares; con sus trabajadores de rostros cubiertos de hollín empujando una maquinaria de forma monótona y repetitiva; con sus gordos jefes de pelo engominado fumando cigarros puros con un rictus de crueldad pintado en la cara.
No voy a ser yo quien ponga este pensamiento de industria= el mal en tela de juicio, por lo menos hoy. Vamos a admitirlo. Si he empezado situándome en un concepto de industria que recuerda a aquél de los años del éxodo rural, en el que las ciudades empezaron a masificarse y comenzaba una transformación social, política y cultural sin precedentes, no es sino para advertirte de las muchas facetas que tiene. No es un concepto que deba abordarse como algo externo o distante. Para certificar el desastre de la mala eficiencia de un diseño industrial penoso (como es el actual, de forma generalizada), no hace falta medir datos químicos de la calidad del aire, tirar de complejas estadísticas o en definitiva, hacer un estudio altamente especializado. Basta con abrir la nevera.
¿Cuántos de esos productos van a ir directamente a la basura? No, no te hablo de los envases plásticos, las botellas de cristal, los tetrabricks, el celofán, etc. Sabemos que, como asiduo lector de GoodBye Mr.Burns eres un reciclador triple XL. Hablo de la comida: esa manzana que tiene una muesca oscura en un lado, esa lechuga que empieza a languidecer, esa zanahoria ennegrecida, ese caldero con arroz de hace 4 días que te resistes a recalentar, esas lonchas de pavo resecado que asoman por el blister, ese pack de 8 yogures que está a punto de caducar. . .
Admítelo: compras más comida de la que puedes consumir. Eso lo sé yo, lo sabes tú, y lo sabe hasta la maldita Naciones Unidas. Por cierto, esta institución ha calculado que un tercio de la comida que se produce acaba directamente en la basura sin que pase por tracto digestivo humano alguno. Sí, hablamos a nivel mundial, lo que significa una auténtica barbaridad.
Ya sé que no eres culpable de todo: la merma de la comida puede ocurrir, por ejemplo, durante la cadena de suministro. Pero no esquives balas: tú formas parte de la industria alimentaria, la industria del desperdicio de alimentos y la ostentosa idea cultural de que en este siglo no falta de nada. Hoy por hoy, se trata de uno de los ejemplos más claros, mundanos y por tanto fáciles de distinguir de desarrollo menos sostenible de una industria. Cuando no compramos fruta con mal aspecto, cuando almacenamos el alimento en malas condiciones, cuando ignoramos nuestras reservas alimentarias para seguir comprando o cuando nuestros gobiernos lacran los productos con aranceles o políticas de caducidad demasiado rígidas, se desperdicia alimento.
En un mundo con cientos de millones de personas padeciendo hambrunas o enfermedades derivadas de una alimentación precaria, en el que los animales prácticamente se cultivan para ser sacrificados o se incorporan a un ingenio para formar una auténtica biomáquina gygeriana, en el que los campos de cultivo especializado son capaces de arrasar un ecosistema entero y en el que se expolian los mares de toda vida (me he obligado a poner el “y” para terminar la frase, aunque podría continuar), el diseño actual de la industria alimentaria sólo encaja si se lo define como un grandísimo fail a todos los niveles: cultural, social, filosófico, económico, energético, de recursos, y un largo etcétera. Un modelo que quizás en un principio inclinara la balanza del lado pecuniario, pero cuyo flush inicial pierde cada vez más fuerza, y que está revelando que el final del camino es un muro contra el que vamos a estampar los piños.
Qué hacer es la eterna pregunta. Malditas empresas, pensarás. Me voy a vivir a una cueva a comer lo que me dé la tierra, dirán los radicales asilvestrados. Nah. Las empresas han sido malas, puede ser. Pero también son la solución. Cambiar las cosas depende de ellas, pero también depende de ti si sabes premiar o imitias a las que hacen lo correcto. No me había puesto pesado con este tema en la nueva temporada, pero recordemos que éste es el leitmotiv de esta gran sinfonía que es GoodBye Mr.Burns.
Te traigo a continuación pequeños ejemplos de cómo se va cambiando el rollete. Me vas a decir que hasta que las grandes alimentarias no cambien de tercio, no hay nada que hacer. Vale. Pero déjame contarte por qué considero que estamos en el camino:
Carne de la Finca: Estos madrileños dan a los animales un trato digno, contraponiéndose al régimen actual de crianza, engorde y matanza. Echa un vistazo a su web.
One Village Coffee: Me ha parecido bien incluirlos, porque tal vez son un modelo simple y a pequeña escala, pero que si se implementara únicamente en las más de 20 millones de cafeterías que hay en mi barrio, habríamos recorrido un largo camino.
Green Wave: Promueven la innovación sostenible en materia de pesca, la restauración de los ecosistemas marinos y por tanto, renuevan la economía basada en la pesca.
Green City Growers: Granjas urbanas. Abandona ya el concepto raruno y poco ambicioso de esa comunidad de vecinos en condiciones económicas difíciles que se quiere montar un huerto ecológico en un trozo del parque público argumentando cosas como “es educativo para los niños”. Fíjate en lo que ha hecho esta gente en Boston, enarbolando conceptos tan profundos como sostenibilidad y autosuficiencia alimentaria para colectivos como escuelas, empresas, etc.
Huerta Luis San José: Considerados por algunos como los mejores espárragos del mundo y proveedores de cocineros de renombre internacional, estos chicos afincados en Tudela de Duero practican la agricultura biodinámica, basándose en el respeto por la tierra de cultivo y en la no utilización de químicos.
Como siempre, pequeños ejemplos nada espectaculares comparados con la inmensa amalgama de empresas del sector, pero sí pequeñas píldoras que representan la idea de que no estamos en el mundo ignorantes de lo que está pasando con una industria alimentaria mal diseñada, basada en el desperdicio de comida.
Un ejemplo más, Cafetería Positano en Oviedo.
http://elcomidista.elpais.com/elcomidista/2015/09/14/articulo/1442244485_751457.html
No conocía la experiencia, muy chula 😉