DAS EXPERIMENT

Bajo el título de esta fantástica película alemana de principios de los 2000 basada en hechos reales, activo el modo yayo para ponerme un poco pesado contándoos una historia y proponeros un experimento. Habéis compartido conmigo algunas de mis reflexiones, de mis idas de olla, de mis conclusiones y de mis investigaciones en el mundo de la responsabilidad e innovación social. En Goodbye, Mr.Burns habéis conocido gente que intenta cambiar las reglas del juego, y os he intentado explicar lo mejor posible por qué lo hacen. Hoy os traigo un experimento que se me ocurrió hacer, casi sin querer, a una de mis mejores amigas.

Os pongo en situación: sábado por la tarde, previsión de buen tiempo y teníamos organizada una salida tranquila con cañas de por medio y algo de cháchara para contarnos cómo nos había ido la semana. Antes, cena en casa con unas pizzas caseras y una peli. Hasta ahí, todo normal.

Mientras cortábamos cebollas y aceitunas, y abrimos unas latas de champiñones, nos dio por hacer balance de nuestra vida laboral. Ella me cuenta lo cansada que estaba. Trabaja en una tienda de ropa low cost, que no voy a nombrar akí a bien de que no haya ningún problema, y la puesta a punto de la temporada de rebajas la tiene agotada.

En lo que las pizzas se horneaban, nos metimos en Netflix para elegir peli. Al entrar en mi cuenta, apareció el cartel de True Cost. Y diablos, se me iluminó la bombilla. Está mal usar a una amiga de cobaya, pero ya sabéis: la confianza da asco. Comentamos un poco de qué iba el documental y le pregunté su opinión sobre el asunto. Sin duda, y en este momento (los iré intercalando en la narración), no voy a enumerar sus argumentos en pro de la industria de la moda, pero sí diré que su visión era normalizadora con respecto a las condiciones laborales de la mano de obra. Ellos trabajan por poco dinero, nosotros compramos a bajo coste. Vale.

Pizzas en la mesa, “Reproducir True Cost”.

Los que hayáis visto el documental recordarán mucho de lo que voy a escribir hoy aquí. Para los que no lo hayáis visto, pero que tal vez conozcáis otros del mismo estilo, como el trabajo de la BBC o la réplica de Évole en un revelador episodio de Salvados, decir que True Cost quizás nos cuenta lo mismo, pero de una forma especial. En cualquier caso, el post de hoy no debería sustituir su visionado, pues ofrece mucho más de lo que aquí escribo.

True Cost avanza tratando de tocar todas las caras de la segunda industria más contaminante del mundo, sólo después del petróleo. A través de los ojos de consumidores concienciados y no concienciados, a través de los agricultores de algodón, de los curtidores de cuero y de las costureras, y a través de los ojos de la naturaleza, vemos las consecuencias de la llamada moda rápida, y por qué ha experimentado un incremento tan brutal en las últimas dos décadas. Si quieres la cifra, te la doy: compramos un 400% más de ropa que hace 20 años.

La razón obvia es el abaratamiento del producto. Pero, ¿cuál es la razón de esta caída en los precios? En el vídeo, el gestor de inversiones Guido Brera lo explica muy bien: la clase media desaparece. Las cosas que la gente realmente necesita, como estudios, una casa o seguros sanitarios son demasiado caras. Sin embargo, se consuelan comprando una o dos prendas al día aunque sean pobres y hayan perdido lo que de verdad importa.

Mi amiga entiende este concepto. Lo comparte. Por lo menos, dice, un poquito de felicidad podemos tener.

Pero, ¿comprar otorga la felicidad? ¿Pensaba Aristóteles en ir de compras cuando hablaba de Eudaimonía? Tim Kasser, profesor de Psicología, nos cuenta en el documental que hay cientos de estudios que dicen lo contrario. Que concluyen que un concepto de vida centrado en valores materialistas como el dinero o la imagen, produce individuos cada vez más infelices.

Ella engulle un trozo de pizza, comenta la jugada y no la comparte del todo. Se muestra escéptica. La Psicología, después de todo, ¿acaso es una ciencia exacta? Vaya debate pudo abrirse en ese momento. Es mejor seguir adelante.

El sector activa entonces el modo uróboro, como una gran jörmungandr que se muerde la cola y utiliza la publicidad como método para que pensemos que comprar tal o cual producto nos hará sentir mejor y más felices. La progresión es tan tonta como real: estoy mal, compro para sentirme mejor, me siento mal. Vuelta a empezar.

Consignas políticas e ideologías económicas, materialismo, capitalismo, comunismo y consumismo se repartían como pedazos de una misma pizza durante la conversación de la cena, con ella dispuesta, sin ocultarlo, a restar importancia e incluso rebatir al mensaje de True Cost.

Pero la cosa se pone fea. A través de los ojos de Shima, una costurera que trabaja en  condiciones indignas en Daca, Bangladés, el documental nos muestra el día a día de la mano de obra de la industria. Porque es justo ahí donde se exprimen los beneficios. El abaratamiento del capital humano es la parte de la fórmula que convierte a esta industria en milagrosa. Sin mano de obra barata, no existiría la moda rápida o low cost. Ya sabemos dónde está el truco. 

Seguimos a Shima hasta su trabajo, al que acude con su hija pequeña, pese a preocuparse por la cantidad de químicos que vagan libres por la fábrica y las condiciones de la estructura. No en vano, unas calles más allá, se derrumbó el tristemente conocido Rana Plaza, sepultando a más de 1.000 personas. La otra opción de Shima, la que acaba eligiendo, es dejar a su hija en la aldea, junto a sus padres. No volverá allí hasta dentro de un año. Shima nos cuenta cómo ella y sus compañeras fueron apaleadas cuando formaron un sindicato para hacer peticiones a los propietarios, y se nos hace un nudo en la garganta cuando recuerda Rana Plaza y refiriéndose al consumo de ropa en occidente, dice entre lágrimas: “No quiero que nadie lleve nada producido con nuestra sangre”.

Mi amiga no pestañea. Aparecen en el documental youtubers que compran toneladas de ropa y las exhiben con desparpajo ante la cámara, dando consejos de moda. Youtubers como las que ella sigue. Hay obscenas imágenes de la frenética marabunta compradora del Black Friday, de gente volviéndose loca en las rebajas, tal y como ella ha hecho alguna vez. Reconoce sus propios argumentos cuando escucha a expertos televisivos cuestionando que las condiciones de trabajo sean malas en los países subdesarrollados. Se da cuenta del descomunal acto de cinismo, y ya la pizza no baja tan bien. Permanece en silencio.

En realidad trabajan ahí porque quieren, dice al fin. Siempre hay una salida. Que luchen por sus derechos. Después de todo, el gobierno tiene que escuchar al pueblo le guste o no.

Las imágenes de las revueltas en Camboya vienen al pelo. Cuando los trabajadores del sector textil se organizaron y salieron a las calles a manifestarse, fueron reprimidos por unidades de antidisturbios armados con armas de fuego. Y como bien sabe el bueno de Charlton Heston, las armas de fuego están ahí para usarse. Hubo muertos y decenas de heridos. Y decenas de detenidos. Así se las gasta un gobierno cuya economía necesita los acuerdos comerciales de las grandes multinacionales. No es tan fácil quejarse o luchar por tu dignidad laboral, parece.

¿Pero las grande multinacionales, con sus informes de sostenibilidad y sus memorias RSC, no hacen nada? Menudo chiste nos están contando. A través de los ojos de Vandana Shiva, escritora y filósofa hindú, viajamos hasta la región del Punyab, principal productor de algodón de la India. Nos descubre una realidad terrible: La industria del textil necesita cantidades ingentes de algodón de manera constante, sin atender al ciclo natural de siembra y recogida, así que algo había que hacer. Conocemos entonces a Monsanto, una empresa cuyo eslogan es “Mejorando la agricultura. Mejorando la calidad de vida”. Monsanto consiguió patentar una semilla de algodón tratada genéticamente para resistir los ciclos, logrando que la producción no se detenga. En el Punyab, los agricultores se endeudan al comprar estas semillas, con la esperanza de alcanzar las exigencias del mercado. La misma empresa produce también los pesticidas necesarios para estresar los cultivos, y los agricultores vuelven a endeudarse para adquirirlos. Cuando la producción baja repentinamente debido a la saturación del suelo por acción de los químicos de los fertilizantes, la empresa reclama sus deudas y arrebata las tierras a los agricultores. La solución que encuentran los que han perdido sus tierras a esta desesperada situación no es otra que la muerte. Un chupito de pesticida y a visitar a Brahma. 250.000 de suicidios en 16 años se documentan en la región. Un agricultor cada 30 minutos. La mayor oleada de suicidios de la historia.

Ya no hay argumentos. Ya no hay debate entre nosotros. La pizza se enfría en la mesa. Pero las lágrimas están a punto de brotar de su cara, y lo hacen con fuerza cuando el documental nos lleva a Kanpur, el principal productor de cuero del país. Sus fábricas vierten al Ganges 50 millones de litros de residuos contaminantes al día. AL FUCKING DÍA. Teniendo en cuenta que el río es su fuente de agua potable, los efectos en la población son devastadores. Malformaciones físicas, cáncer, enfermedades mentales . . . las imágenes de los niños son desgarradoras.

Ella no me dice nada, pero sus lágrimas admiten que algo está mal en el mundo. Algo está pasando. Algo tiene que cambiar. Por un momento me siento mal. No fue un buen planteamiento por mi parte para un sábado noche, lo reconozco. No soy un padre o un profesor que tenga que ir educando por la vida, pienso. Pero termina el documental y durante los créditos ocurre algo sorprendente: mi amiga se limpia las lágrimas y me mira. Gracias, me dice. Esto me ha cambiado la vida. Ya lo verás.

Más de lo esperado. Mucho más. Tardo unos segundos en darme cuenta de lo importante que ha sido. Os juro que esas palabras me han dado energía para seguir adelante, para seguir luchando por cambiar las cosas. Para decir que es posible hacerlo. Y por eso me decidí a daros la paliza con esta historia en el post de hoy. Sólo el tiempo dirá si soy un soñador o un visionario.

El jueves que viene voy a daros algunas soluciones o recomendaciones en forma de nuevas tendencias y formas de ver el negocio, que hoy la cosa me ha quedado sobradamente larga. Mientras tanto, os propongo el mismo experimento a vosotros. El resultado del mío fue realmente inspirador. Tal vez el objetivo del experimento seáis vosotros mismos. A ver qué conseguís.

ASCOLINKS:

El viaje de Elsa Pataky a la India

Monsanto

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