16 febrero, 2017

Vivir en Abu Dhabi

Ya os he comentado que los azares de la vida me han traído hasta Abu Dhabi. Esta tierra árida y calurosa, uno de los siete Emiratos Árabes Unidos (EAU), el mayor en extensión y en población, está siendo testigo de mi día a día. Un día a día cada vez más intenso. Este descubrimiento constante de una cultura tan diferente a la occidental, y sin embargo con tanta presencia de occidentales en ella, es lo que me ha animado a poner en marcha una pequeña serie de posts offtopic, para compartir con vosotros lo que estoy viendo por aquí, al menos en los círculos en los que yo me muevo.

Así que sin otro ánimo que no sea el de divulgar, os presento cómo ha sido, y está siendo, mi vida en Abu Dhabi.

Lo primero que uno aprende, nada más llegar, es que cuando entras en el país te conviertes en un expat. Un expatriado, para entendernos. Éste es el nombre con el que se llama principalmente a los occidentales (UE, EEUU, Canadá, Australia, etc), aunque también englobaría a la mayoría que forma la mano de obra barata del emirato. Estas personas, que sufren muchas situaciones de injusticia laboral, son mayoritariamente hindúes y pakistaníes, aunque se mantienen aquí porque incluso así, mejoran su calidad de vida con respecto a la de sus países de origen.

Pero volvamos a nosotros, los expats. Somos principalmente una minoría cualificada, en el sentido amplio de la palabra. Desde el profesor del gym hasta el médico que te atiende, todos son occidentales. El perfil suele ser de 30 para arriba, todos con familia o en vías de tenerla. Realmente me he encontrado con muy poca gente más joven o incluso soltera. Viven en condiciones muy superiores a las que tienen en sus países de origen, y sin embargo su nivel económico no se compara con los emirati, la población natural de Abu Dhabi.

Se trata de aproximadamente el 11,3% de la población total, y por ley cobran tres veces más que un expat. Les llueve el dinero. Dinero a mansalva. No en vano, las reservas de petróleo de EAU son las sextas más grandes del mundo, y sólo Abu Dhabi es capaz de exportar casi 3 millones de barriles de crudo al día, casi el 10% de la producción total de petróleo de la OPEP. Esto hace que la misma ley que mencionaba antes actúe de forma tal vez poco meritocrática, por decirlo en plan suave. Un chavalillo con 20 y pocos años, recién salido de la Universidad, puede meterse hasta 9.000€ al mes tranquilamente en su primer curro. ¿Quiere decir esto que todos los emiratíes tienen trabajos de cualificación alta? No. También hay trabajos profesionales para ellos, pero no es lo común. Lo que te aseguro es que no ninguno forma parte de la clase obrera sin especialización.

Para ser un expat, tienes que tener un contrato de trabajo. Puedes venir de visita, claro, pero si lo que quieres es vivir aquí, tienes que estar trabajando. Es decir, aquí no hay personas sin techo. Si te quedas sin trabajo, tendrás que volverte a tu país. Ten en cuenta que el que te contrata, por ley, tiene que ponerte la casa, además de un viaje al año a tu país, y en la mayoría de los casos un seguro de salud. Si te quedas sin trabajo te quedas sin techo, y conseguir uno sólo es posible con contrato. Así que, o vuelves a encontrar trabajo en un tiempo récord, o mejor vas pillando una maleta que quepa en el comprobador de equipaje de Ryanair.

Los obreros de mano de obra barata, la mayor parte de la población (se calcula que casi el 40% de los EAU), viven en viviendas precarias en medio del desierto. Sin aire acondicionado, claro. Serían algo parecido a barracones. Ésta es la forma en la que se “esclaviza” en Abu Dhabi: si no tienes cómo salir del país, lo mejor es no quejarte mucho en el trabajo por lo que pueda pasar. Para los trabajadores de más baja escala, la huelga es motivo de deportación, y tienen prohibido afiliarse a un sindicato.

Lo cierto es que no sé qué se hace con las personas que se quedan sin trabajo, sin techo y sin posibilidad de marcharse del país, pero las hamburguesas aquí saben raro. Ahora en serio, lo investigaré.

Vamos con lo segundo que te encuentras: la ciudad. Abu Dhabi es la capital del reino. Sí, EAU es una monarquía absoluta federal, una forma de gobierno especialmente divertida de pronunciar en voz alta para los amantes de videojuegos como Alpha Centauri, Europa Universalis o Reign, pero especialmente brutal con la vulneración de los derechos humanos. Como dato, hay que decir que EAU escapó a la primavera árabe tal y como la conocimos en occidente, pero eso no evitó que varios activistas emiratíes fueran duramente reprimidos mediante encarcelación, trabajos forzosos o tortura.

Volviendo a la ciudad en sí, encontramos que está asentada en una especie de golfo con un montón de islas, sobre las que se desarrolla el plano urbano. Es como si se hubiera fragmentado en mil pedazos una pequeña península o brazo de tierra. El nivel de obras es desquiciante. Parece que hay más que en toda España junta. El skyline de Abu Dhabi, que florece entre las nubes del polvo del desierto, lo forman enormes rascacielos y andamios de construcción. Con todo, se nota que es un centro financiero con bajo carisma de cara al resto del mundo, tal vez ligeramente aumentado por la construcción del parque Ferrari World. De hecho, si le preguntas a cualquiera de occidente por una ciudad de los EAU, te dirá rápidamente Dubai.

Tal vez esta segunda ciudad, menos rica que Abu Dhabi, sea más mediática por los altos y emblemáticos edificios que la pueblan. Personalmente, no es un sitio que haya disfrutado. Prefiero la sosegada estabilidad de Abu Dhabi. En Dubai, el ajetreo es ridículamente convulso. Es una urbe inmensa, llena de rascacielos. Diría que es lo más cerca que he estado de sentirme en Nueva York (sin pisar suelo americano). Para entendernos, es la ciudad cuñada económicamente obscena que tiene toda capital. Donde puedes encontrar un centro comercial, el Dubai Mall, de dimensiones ciclópeas y con aires más de resort que de lugar al que ir de compras; el rascacielos más alto del mundo, el Burj Khalifa, con casi 1 kilómetro de altura; una maldita pista de esquí en mitad del desierto o el único hotel de 7 estrellas del mundo, el Burj Al Arab. No basta sino una breve visita para despertar toda una serie de sentimientos encontrados. Porque a la admiración inicial, inevitable, se le une rápidamente la clara evidencia de que no se trata de otra cosa que del ostentoso reflejo del poder del dinero, ganado a partir de la explotación y comercialización de un combustible fósil.

Con todo, tímidamente pero de forma ininterrumpida, parece que los Emiratos Árabes están empezado a pensar en el desarrollo sostenible. Prueba de ello es Masdar City (de la que ya hablé en este post) o la planificación de la próxima construcción de edificios energéticamente autosuficientes, como el World Trade Center de Bahréin. En un futuro cercano veremos si este incontenible poder económico es capaz de avanzar en pro de la lucha por el cuidado del medio ambiente. Por ahora, y como ya veremos en próximas entregas, la cosa está complicada aunque haya algo de esperanza.

En el ámbito social, de derechos laborales y de respeto por los derechos humanos, es ya otro cantar.

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