Decía Sun Tzu que la guerra no beneficiaba a nadie. Curiosa frase para un militar.
A veces me encuentro discutiendo con amigos, conocidos o familiares, sobre lo apropiado de hacer las cosas bien, sobre el giro que debe dar nuestra perspectiva y lo que debemos o no debemos hacer. Y es un debate interesante, porque hay tantos frentes abiertos, tantas formas de cargarse el mundo que uno no sabe bien por dónde empezar, qué causa apoyar o qué causa “ignorar” por mera salud mental. Es una situación que incluso puede llegar a desanimar del todo. Hay tanto que hacer, que mejor no hago nada.
Al final, uno concluye que cada problema que nos incumbe sensibiliza a cada persona de manera diferente, y es ahí donde debemos prestar atención. Lo importante no es hacerlo todo, es hacer algo. Esa misma diversificación de intereses conseguirá que otros alcancen a donde yo no llego.
Así que desechar causas e ignorar problemas no creo que sea el camino. Parece que se impone empezar a buscar nuevas maneras de encarar esos problemas.
Apliquemos principios evolutivos: primero corrimos delante del oso, luego lo ahuyentamos con el uso del fuego; más tarde lo cosimos a balazos y hoy entendemos (la mayoría de nosotros) que es mejor dispararle un dardo tranquilizante que colgar su cabeza en la pared y poner a su especie al borde de la extinción.
En ocasiones, y seguro que a ti también te pasa, me veo en la situación de Sun Tzu: siendo un guerrero y defendiendo la paz. O como Buñuel, dando gracias a Dios por ser ateo. A veces me encuentro sumergido en una de esas conversaciones, con los problemas de desigualdad entre el primer y el tercer mundo sobre la mesa. Me encuentro con las crueles reglas que sostienen el entramado comercial mundial, y con alguien que aporta como solución los paradigmas del Comercio Justo.
Y entonces empieza la discusión. Porque, ¿cómo es posible que yo, que escribo en un blog como Goodbye, Mr. Burns defienda que el Comercio Justo es algo que da más pena que un maratón de Sharknado?
A todos nos suena más o menos qué diablos es eso del Comercio Justo. El Corte Inglés vende algún producto de esos en la esquinita de una estantería, o seguro que los has visto en alguna feria del palo. Tal vez incluso haya una pequeña y poco frecuentada tienda en tu barrio. . .
Sí, lo admito: estoy trolleando. Permitidme la frivolidad, porque quiero llevaros hasta mi conclusión. Por ahora, quiero saber si éstas son herramientas suficientes para cambiar el panorama mundial. ¿Qué se ha conseguido durante décadas con un mismo modelo de negocio?
Espera. Antes de seguir, voy a intentar definir en tres frases qué es básicamente el Comercio Justo: es un sistema de comercio alternativo que busca el desarrollo de los mercados en países pobres, y que se basa en la solidaridad. ¡Vaya, me han sobrado dos frases!
Con eso en mente, sigamos.
El Comercio Justo llegó a España en los 80, esto es, 20 años después que en los países pioneros de Europa. Entre cabra y cabra defenestrada, y toro ensartado por una buena estocada, la sociedad española se hacía la loca con eso de comprar más caro para salvar a los negritos que salían llorando muertos de hambre por la tele. Pero ojo, que no hablo sólo del ordinary citizen, hablo de las Administraciones Públicas, las empresas privadas o los medios de comunicación. Hablo de instituciones con peso e influencia, y quizás más conscientes de la amplitud del mundo y sus problemas.
Yo diría que fue en los 90 tardíos y los dosmiles más tempranos, cuando la palabra solidaridad empezó a hacerse mainstream. Pero era una palabra fea, que tenía poco flow, y que sólo los pensadores más cultivados y los que la practicaban mucho sabían pronunciar de corrido sin equivocarse. La señora que iba al mercado o el señor que encofraba los muros de un bloque de viviendas decían solilalirá, sodilaridá, soliladirá, soridalidá, y cosas por el estilo, así que preferían evitarla.
Cosas de antes. Menos mal que ahora la gente está más concienciada, ¿verdad? Debe ser que la tendencia española en lo que a conciencia social se refiere y a su foco en el Comercio Justo está al alza. Fijaos que en 2015, las ventas llegaron a incrementarse hasta casi los 35 millones. ¿Podemos henchir el pecho?
Es que somos los mejores. Esto empieza a marchar. . . pero espera, vamos a transformar esos datos globales en datos útiles más comprensibles. Vamos a analizar qué ganancia real supone eso, cómo de solidaria es la peña y cómo son las cosas en otros países europeos.
Sí, es todo un espejismo. 47 eurazos se gasta una persona anualmente en Suiza en productos de Comercio Justo. 20 pavetes en Italia. Busca España, anda. ¿Lo has encontrado? Eso que sientes es vergüenza ajena. O propia, según se mire.
Los datos parecen escupir que en España sí le damos al vino y a las tortillas, pero de solidaridad andamos escasos. Aún así, puedo arriesgarme a decir que cualquiera que viva o haya vivido mucho tiempo en estas tierras sabe que eso es rotundamente falso. No es España un país de egoístas. Es verdad que esos 0,75€ por persona son un verdadero chiste, pero mirándolo con perspectiva, los 47€ de Suiza también lo son. Para los países en vías de desarrollo no es más que calderilla. Afrontémoslo: esto del Comercio Justo no funciona.
¿Qué estrategias de mercado se siguen para que esto sea tan desastroso? En el siguiente gráfico pueden verse los principales canales de comercialización, según Comunidades Autónomas.
Las tiendas son cada vez más escasas. Podemos echar la culpa de esto a la crisis también, si quieres. Pero lo cierto es que no paran de perder cuota de mercado. Ser solidario debe molar, pero resulta que no es rentable ni para los que administran los puntos de venta. Y te explico por qué: el año pasado (2015), sólo un 5% del personal laboral de tiendas, puntos de venta, oficinas y delegaciones de Comercio Justo estaba contratado. Eso significa que el 95% de las personas que se dedican a esto son personal voluntario.
Y claro, en algunas delegaciones puedes encontrar a gente que cobra por su trabajo (un 15%, no te exaltes), pero en las tiendas la proporción es de un triste 2%. ¿Cómo puede pretenderse entonces que esto no agonice? Cualquier cosa que no implique una ganancia cuantificable se dirige hacia el más estrepitoso de los fracasos. Puedes sostener una resistencia más o menos airada a esta sentencia, pero acabarás aceptándola como válida. Y ojo, no hablo sólo de dinero.
El subidón solidario que uno experimenta cuando compra un paquete de café del Comercio Justo se disipa rápido. Te encontrarás defendiendo argumentos como que “es mejor café, más natural” para justificarte. Y creedme, esa justificación hedonista es una respuesta más válida y más natural que el sentimiento de bondad que debería embriagarte con el propio acto solidario.
Los defensores del Comercio Justo se pueden quejar de que la gente no es solidaria, de que occidente y su capitalismo son egoístas. Yo no lo creo. Creo que simplemente no se están empleando las estrategias adecuadas, y seguir empeñado en aplicarlas es más un acto de tozudez que de buen entendimiento. Es ir de loser.
Que no, que no tengo nada en contra de los que se dedican al Comercio Justo. Los respeto. Han estado ahí luchando cuando estaba todo en su contra y más aún, manteniendo viva la llama de la cordura en lo que a la desigualdad se refiere. Pero seamos realistas, no se han alcanzado los objetivos. El decálogo del Comercio Justo no ha sido más que un admirable wanabe.
Lo que realmente llega a enfadarme es toda esa energía desaprovechada, lo que creo que es una constante en la cultura de este país. Todavía perseguimos al oso con un palo encendido en las ascuas de una hoguera, o peor: a tiro limpio. Pasemos al siguiente nivel de una maldita vez, para no volver a llegar con 20 años de retraso. Dejemos de mendigar solidaridad. Hagamos que contribuir a mejorar la sociedad sea atractivo y por qué no, te haga ganar pasta. Abramos la puerta de la inversión en innovación social y demos el siguiente paso.
Fuente de los gráficos: informe SETEM sobre la actualidad del Comercio Justo en España.