12 mayo, 2017

hablemos de ballenas

El pasado marzo leía una noticia de esas que te dejan circunspecto. Resulta que la comunidad científica está como loca porque no se explica cierto comportamiento inédito en las ballenas jorobadas. Estos animales, históricamente solitarios, se están reuniendo en comunidades compactas cada vez mayores. En los mares del sur de África, la cifra alcanza los 200 ejemplares.

Si lees medios anglosajones, la noticia suele explicarse por dos razones fundamentales: la población de esta especie de ballenas, que había descendido hasta cerca del 90%, se ha recuperado gracias a las políticas de protección. Además, la presumible escasez de alimento en el mar ha cambiado sus patrones migratorios. En otras palabras, van allí donde hay comida. Y si el espacio es poco, pues la gente se acumula. Como cuando abren una minitienda de supermarcas de ropa y se llena el día de la inauguración.

La nota de color es que estamos hablando de enormes criaturas que pueden alcanzar las 40 toneladas de peso.  Si te pones a multiplicar, salen muchas toneladas en tan poca extensión de agua. ¡Toda una demostración de poder!

Me río cuando leo medios españoles, algunos serios. Los más nostradámicos auguran que el éxodo se debe a algún cataclismo que está por suceder en el fondo marino. Como los ciervos, pájaros, tigres y ornitorrincos que huyen en estampida en las películas de volcanes y terremotos. El fin del mundo. Lo de siempre.

Pero río a carcajadas, tornándola poco a poco en náusea, cuando leo titulares con este encabezamiento: “las ballenas están formando un ejército”.

Un ejército. Ya.

A veces me alegro de la escasez de comentarios en Goodbye, Mr. Burns, pues así puedo quedar al margen de ciertos pensamientos, si bien creo que vosotros, mis lectores, tenéis bastante más juicio que yo. De lo contrario, no habríais llegado hasta aquí. Digo esto porque no faltaban comentarios, en los soportes online, de personas preocupadas por que el viejo Boulle se hubiera equivocado en sus pesquisas y no fueran simios sino ballenas las que finalmente controlaran la Tierra. Llegué a leer palabras como “la venganza de las ballenas ha llegado” o “vienen por nosotros”.

Los productores de Sharknado tienen material nuevo, parece. La yihad cetácea se aproxima.

A todas luces, este conjunto suena a chiste. Pero es un asunto muy serio. Ya hay voces que cacarean diciendo que el hecho de haber protegido a las ballenas ha conseguido que supongan una amenaza para nuestros suministros alimenticios derivados del mar.

Y si yo mismo me quedo sin palabras, que no soy más que un patán que escribe en este humilde blog, me imagino lo que pensará el bueno de Paul Watson. Este hombre, uno de los fundadores de Greenpeace (actualmente en la Sea Sheperd) y comprometido activista, tiene una orden de busca y captura por dedicarse a sabotear barcos balleneros e impedir la caza y matanza de delfines. De hecho, tiene vetada la entrada en países como Noruega, Islandia o Australia, y está considerado peligroso por otros muchos.

Un tipo que no niega que su labor de abordaje y combate abierto contra estas embarcaciones se parece más a la piratería que a la política, es el perfecto villano de nuestra historia. En el guión, probablemente se haya inventado algún artefacto con el que ha logrado de comunicarse con las ballenas y esté reuniendo en las costas sudafricanas un ejército con el que dominar el mundo.

Y sin embargo, Paul Watson está considerado como una de las 50 personas cuyas ideas podrían salvar el planeta. Una de esas ideas, que traspasando los límites de la diplomacia no puedo evitar aplaudir, es la que dice que “sólo los humanos cuyo comportamiento se preocupa por la biosfera deberían tener derecho a reproducirse”.

Es una frase de villano, cierto. Haría falta meter a los G.I. Joes o a los Mercernarios de Stallone para vencer a este tío y a su ejército de ballenas. Pero lo cierto es que Paul Watson, al que llaman terrorista, no es el malo de la película.

¿Por qué la conspiranoia colectiva habla de la venganza de las ballenas? ¿Qué les hemos hecho nosotros?

Hemos hablado varias veces en Goodbye, Mr.Burns sobre la problemática salud de nuestros mares y océanos. Y si volvemos a hablar de ellos, es porque aún no ha mejorado. Si quieres leerte alguno de nuestros posts sobre el tema, tal vez más globales y menos mundanos que éste, consulta aquí y aquí.

Pero hoy voy a centrarme en nuestra peli de ballenas, donde estas hermosas criaturas deben estar cansadas de nadar junto a islas de PET, de comer krill de plástico y pececillos que se alimentan de residuos que deberían ir al contenedor amarillo. Deben estar hartas de que países como Japón las sigan cazando más por tradición cultural que por tradición alimenticia.

Afortunadamente, la caza en el mundo ha descendido de manera drástica. El petróleo ha sustituido al aceite como combustible, el plástico a la queratina en la fabricación de moda y complementos,   y su carne no es tan apreciada como la vacuna. Así que ni Save the Whales, ni Greenpeace, ni Liberad a Willy, ni siquiera el señor Watson con su encomiable labor en Sea Sheperd han sido los máximos responsables del descenso en la caza de estos animales. No estamos más concienciados: todo se ha debido al cambio de materia prima.

Aquí, en España, la caza de ballenas está prohibida por la ley.

Sin embargo, lideramos el negocio de espectáculos con fauna marina en la Unión Europea. Se están cerrando delfinarios en todo el mundo, mientras aquí se abren. No andamos muy lejos de otros países tradicionalmente crueles con este colectivo, como EEUU, Rusia o Japón. Así que tal vez nuestro ejército de gigantes marinos haya visto imágenes de Blackfish y esté muy, muy cabreado.

De todas formas, si estalla la yihad cetácea, tenemos el arma definitiva para salvarnos. Siempre podemos usar una bomba atómica, ya lo sé, pero el tema de los residuos radiactivos es un engorro. Tenemos algo mejor: sónares de baja frecuencia militares (antisubmarinos). En Canarias sabemos mucho de ellos. Las islas, que según WWF forman parte del área más importante para las ballenas de toda Europa, fueron durante mucho tiempo uno de los lugares donde más varamientos había por esta causa, hasta que una propuesta del gobierno frenó su uso. Sin embargo, los acuerdos con el Ministerio de Defensa no se han renovado, así que las ballenas vuelven a estar expuestas.

Algo de esto saben en Nueva Zelanda, donde cientos de ballenas (la cifra oscila según el medio entre 600 y 300 ejemplares) aparecieron varadas este invierno. Dos años antes, en la Patagonia chilena, pasó algo similar. Lo llamaron suicidio, ¿sabes? Si yo fuera un balleno, me sentiría insultado. Con ganas de yihad.

Ahora nos queda esperar que podamos firmar acuerdos de paz antes del estallido de la guerra cetáceo-humana. Afortunadamente, hay muchas entidades trabajando ya en mejorar las condiciones medioambientales del mar.

Demostrando que, según Watson, hay humanos que se merecen procrear.

Hemos hablado de muchas en Goodbye, Mr.Burns, y hoy le toca a Parley for the Oceans, una organización con partners tan potentes como Adidas, marca de gran impacto sobre todo en la gente joven. Por ejemplo, equipaciones del Bayern de Munich o del Real Madrid se han fabricado con materiales reciclados provenientes de desechos del fondo marino, como parte de un programa de Parley. Y eso de meterse en la equipación de estos dos gigantes del fútbol, arrastra también a sus gigantes promotores: Telekom y Fly Emirates.

Para los que no comulguen con el deporte rey, decir que su aparición más notable, que puedes ojear en su página web, fue una conferencia organizada en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Acudieron vocales como Fabien Cousteau o nuestro mencionado pirata de Sea Sheperd (por videoconferencia, que ya hemos dicho que está en busca y captura), Paul Watson.

Parley for the Oceans anuncia, apoyado en estudios de biología marina e incluso en tesis de técnicos especializados de la NASA, que en apenas 30 años los océanos habrán muerto. El agua sólo arrastrará plástico, y nuestras playas no serán más que un gigantesco vertedero cuando arrecie la resaca. También nos dicen, tal vez con ilusión pírrica, que tenemos poco menos de un tercio de ese tiempo para cambiar la situación. Su trabajo es muy reseñable: una comunicación fuerte, un partnership potente y muchas ganas de hacer bien las cosas con un proyecto serio.

Espero que los generales al mando de nuestro ejército de ballenas jorobadas pueda ver que algunos de nosotros lo estamos intentando, y no desaten su furia contra la raza humana.

Lo merezcamos o no.

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